Texto «El Carmen»

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“El diagnóstico de los males es fácil; la cura difícil.

Pero en el fondo existe el deseo de mantener la ciudad

como centro social que permita integrar los barrios

y mantener la continuidad histórica.

La ville est morte: vive la ville!”.

HELEN ROSNEAU[1]

 

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La imagen de Valencia puede construirse con el aporte de miles de escenas individuales, recordadas por sus habitantes, o quizás, con una serie limitada de representaciones públicas, casi siempre alimentadas por sus gobernantes. El profesor Kevin Lynch[2] definió los elementos que conforman la imagen de una ciudad y facilitan su legibilidad, o mejor dicho su visibilidad, para dibujar un hipotético mapa mental de la misma: la existencia de imágenes colectivas facilita al ciudadano la interacción con su entorno urbano.

Cuando se visualiza una urbe poco conocida, simplificamos su forma según la topografía; intuitivamente dividimos el espacio en grandes áreas y las atravesamos por sendas, esos conductos que representan las avenidas, las calles, el río o las vías del tren… Desde las sendas es relativamente placentero observar e identificar los distintos barrios de la ciudad.

 

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El Carmen fue nuestro conjunto de calles exploradas y conocidas durante los años que van de la adolescencia a la juventud, el ambiente propicio para la deriva, el rincón asociado al amor y la pintura. Iniciamos la senda y activamos la memoria en la calle Caballeros, que enlaza las salidas del tráfico rodado del Barrio con el resto de la ciudad; en su traza original conducía hasta Castilla a través de la calle Quart. Esta senda también cumple la función de borde al suturar dos distritos separados administrativamente, el Districte del Mercat y el Districte del Carme.

La cota se eleva cuando asoma el Tros-Alt, huele a horno de leña, y se percibe la sensación de límite. El escenario de la Plaza del Tossal desciende en su vertiente izquierda, por la calle Bolsería, como los callejones y plazuelas adyacentes: del Esparto, del Horno de San Nicolás, o del Marqués de Busianos, declive que favorece el desplazamiento hacia ese otro ambiente creado por el Mercado Central.

Las calles Alta y Baja son ejes internos del Barrio, sendas transversales que confluyen en el nodo de las plazas de San Jaime y del Tossal, epítome del Carmen contemporáneo; si bien, en toda la topografía del mismo persisten las huellas de la emoción.

Las callejas de la mancebía musulmana se despliegan en dédalo desde las Torres de Quart, contenidas por la ronda interior de Guillén de Castro y el borde del antiguo cauce del Turia; entre ellas se descubría pintado El somni de la meua represió, siempre poesía y roce de cuerpos en Capsa 13, el tugurio desaparecido de la calle Ripalda.

El pretil del río nos guía hasta las Torres de los Serranos; entre sus portones arranca la otra senda que cierra los bordes, la calle Serranos: ella canaliza con sentido único el tráfico al corazón de la ciudad. Tradicionalmente fue ruta de doble comunicación hacia Sagunto, Liria y la Serranía. No es casualidad que la mayoría de los límites enunciados coincidan con la destruida muralla del siglo XI[3].

La impronta del pasado musulmán se manifiesta en la topografía del Barrio, ejemplo de ello son los atzucats o callizos cerrados: paralelos entre sí, la calle Cañete sin salida, Pinzón y el ya abierto callejón de la Virgen de la Misericordia, el de Lusitanos, Corredores, del Mirto o Gutenberg, sede de Carme Teatre y de algún heroico estudio compartido.

El fotógrafo José García Poveda[4], El Flaco, recopiló al menos veintitrés años de pintadas sobre las paredes del Barrio del Carmen, entre otros lugares estratégicos de Valencia, por su alta visibilidad. Su aportación ayudó a fijar la memoria colectiva y recordarnos la tradición del muro como espacio de expresión y comunicación no oficial, clandestino o marginal. Su selección concluía con fotografías de plantillas realizadas en 2003: los llamados stencils en las publicaciones sobre Urban Art. El Flaco colecciona las escrituras de otros con imágenes cercanas a la crónica y positivadas en blanco y negro; continúa la tradición del fotoperiodismo más crítico e irónico, aquel que reivindica la dignidad urbana, como aseveraba el escritor Alfons Cervera en el prólogo al citado libro: “La poética de la escritura sobre el muro violenta los códigos del consenso y se cuela como un trallazo en la tranquila duermevela de un vecindario tumbado a la bartola.”[5]

Es fácil reconocer en sus imágenes los mismos espacios públicos, las paredes y las esquinas de las mismas sendas, que desde los años setenta del pasado siglo han sido escogidas como soporte de protestas y marco de intervenciones más o menos efímeras, decorativas o inapropiadas. Algunas fotografías registran dónde se pegaron carteles electorales y cómo sobre ellos se superpusieron palabras, plantillas y ahora graffiti; otras imágenes permiten recordar los trampantojos pintados por los alumnos de San Carlos, cuando la Escuela era tejido social y cultural del Barrio[6]. Pues no debemos olvidar que la Escuela Superior de Bellas Artes de San Carlos se ubicó en el antiguo Convento del Carmen de la calle Museo. Y no viene mal recordar que el último ejercicio del segundo curso de Pintura[7] consistía, año tras año, en proyectar y pintar murales en la calle, ocupando paulatinamente todas las paredes del Barrio.

En la actualidad, el espacio público del centro histórico de Valencia continúa muy disputado: los artistas y los poetas urbanos invariablemente necesitan la calle para comunicar con urgencia palabras e imágenes, ya sea en El Carmen o en los barrios limítrofes. Sobre el mismo muro de la calle Baja donde pinta la voluptuosa crew[8] XLF, un anónimo escribió en 1992, Volem figa: aquella pintada resumía los anhelos más plurales y menos interclasistas. Nunca dos palabras concentraron tanta necesidad[9].

Los poetas canallas tenían su rincón en la calle Raga[10]; las escrituras de sus versos se superponían como palimpsestos en el muro corrido, aún pudimos releerlos en 1988, vehementes y apasionados. La calle recta y estrecha ya no existe entera, seccionada por una plaza dura construida a principios de los noventa.

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El huerto del Palacio de Francisco Martínez de la Raga lindaba con esta larga calleja y una altísima tapia lo cerraba. El magnolio que asoma por la pared del huerto permanece frondoso, robando luz al asfalto y a las casas populares de cuatro alturas, de escaleta, a dos metros y medio escasos del frente del muro. Desde el desaparecido cuarto piso del número cinco puerta seis, por el balcón del comedor, podían cogerse las hojas del árbol con la mano.

Joaquín, el vecino, contaba por las mañanas, balcón con ventana, lo ajetreada que había sido la noche, otra vez saltando y chillando los chimpancés, dale que te pego de las ramas a la barandilla del balcón, como para romperle los cristales y despertarlo.

Joaquín era una persona atildada y sumamente sensible, que vivía de rentas, escritor y con dos carreras: se emborrachaba a partir de las seis hasta la hora de cierre en el Bruma, junto a L’Aplec, antes de llegar a la Plaza del Árbol. A veces comía en el Cartxofa y a veces en Can Bermell.

Menos el extraño vecino, el joven escultor del plástico, ubicado en la planta baja, y nosotros, adolescentes que pintábamos en el cuarto piso, todos los inquilinos, escrupulosamente decentes, pasaban de la cincuentena y ocupaban su piso desde hacía más de cuarenta años. Todos fueron forzosamente expropiados, desalojados y reubicados en residencias, sanatorios o casas de familiares, sin poder recoger sus pertenencias, por una ruina inminente que nunca se produjo. El palacio de Raga se reconvirtió, afortunadamente, en residencia para la tercera edad. En los alrededores se han construido algunas viviendas de protección oficial y otras de renta libre sospechosamente vacías.

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A vista de pájaro este plano radial rellena sus huecos con tramas más complejas de callejas que se arraciman alrededor de plazuelas: las de planta triangular como la del Árbol y del Ángel; otras con un trazado más cuadrangular, las de Mosén Sorell, Santa Cruz y del Carmen; o algo más irregulares como las plazas de los Navarros y de Beneyto y Coll; cada día con menos almas en su interior, pese a las campañas de promoción de la vivienda joven por parte del Ayuntamiento. Al hilo de lo dicho nos vienen a la memoria las notas firmadas por Domingo Mestre[11] respecto a otra controvertida campaña del Consistorio: la del repinte en color gris desde marzo de 2006 de las tapias que ocultan solares en el Barrio del Carmen y que permanecían cubiertas de graffiti.

El renacer del Barrio, de nuevo se abren tiendas en los bordes y ejes internos aunque no tantas como en Russafa, tiene al graffiti como telón de fondo: éste ha devenido manifestación visual de un movimiento social y cultural alternativo que nace y sobrevive, más o menos estructurado, en la calle. Las últimas reflexiones de Fernando Figueroa Saavedra[12] lo aglutinan, producto de la globalización, alrededor del Graffiti Movement.

Durante los años que han transcurrido de esta década, hemos asistido, inconscientes o estupefactos, a la implantación de Internet como medio de comunicación accesible y democrático; a la familiaridad con las herramientas de edición y manipulación de imágenes digitales; a las nuevas estrategias de intervención en el espacio público, aviesamente explotadas por la publicidad exterior… son estos algunos de los factores trabajados por la heterodoxia de un movimiento –asimilado el wild style[13], aunque perduren crews con el estilo de la vieja escuela- que perpetúa el uso de la calle como origen y sentido de sus actos. Y lo mejor está siempre por llegar, imbuido o no de la subcultura Hip Hop, el centro histórico de Valencia es un catálogo de todo tipo agresiones estéticas si observamos los solares, texturas, tapias, paredes medianeras, zapatillas, persianas, pegatinas, imbornales, puertas, ventanas, tapas de alcantarilla, tatuajes, esquinas, rótulos, camisetas, papeleras y demás bienes en metamorfosis perpetua.

Transitamos por el antiguo barrio de obradores: desde la calle Raga por Santo Tomás a la Plaza del Árbol; respirar un momento junto al álamo, recuerda que son escasos, casi inexistentes, los espacios verdes de dominio público: al costado de la Plaza del Carmen se aprovecharon los solares creados por demoliciones de casonas para construir un jardincillo. Las murallas dejaron entre las torres de Quart y la calle de la Corona, un ensanche recuperado para el paseo y los árboles ornamentales. Por otro lado, entre el tráfico denso de automóviles en Blanquerías y el murete del cauce, se urbanizaron las Alameditas de Serranos. Algo similar sucedió con el ajardinamiento entre las calles de Beltrán Bigorra y Vicente Iborra, junto a la fachada lateral del templo de la Virgen del Puig. Conocemos la existencia de algún macetero, palmera o magnolio solitario que no hacen más que corroborar la carestía. Si la proximidad del Jardín del Turia justifica la ausencia de verde, se olvida que los huertos, jardines y patios –con frutales, palmeras datileras, ficus, fresnos, chopos y jazmines- completaban la trama y urdimbre del arrabal: hecho que pone de relieve la existencia de otra Valencia rodeada de huertas que constituían su identidad.

Tenemos varias opciones para completar nuestra senda y volver al inicio en Serranos: desde la Plaza del Carmen por Roteros o Padre Huérfanos y Blanquerías, o desandando por la calle Museo hasta Salvador Giner y la Plaza del Portal Nou, si el tiempo no acucia y el cielo abierto nos agrada. Deseamos concluir la senda antes de que cierre el Horno de la calle Serranos, comprar un hojaldre de milhojas con crema pastelera y corteza de chocolate negro pintado con blanco, y comérnoslo mientras caminamos en dirección a la Plaza de Cisneros. Allí prosigue el amor y la pintura, pero ese ya es otro Barrio, otras gentes y otras historias, que por ahora, no forman parte de las páginas de nuestro proyecto.

Juan Canales, noviembre 2006.

[1] ROSNEAU, H., La ciudad ideal, Madrid, Alianza, 1999, p. 185.

[2] LYNCH, K., La imagen de la ciudad, Barcelona, GG Reprints, 2000, pp. 64 y ss.: “Los barrios están estructurados con nodos, definidos por bordes, atravesados por sendas y regados de mojones”.

[3] BARCELÓ TORRES, C., “Valencia islámica: paisaje y espacio urbano”, en AA. VV., Historia de la ciudad. Recorrido histórico por la arquitectura y el urbanismo de la ciudad de Valencia. Valencia, ICARO- Colegio Oficial de Arquitectos de la Comunidad Valenciana, 2000, pp. 40 y ss.

[4] GARCÍA POVEDA, J., Pintadas 80, 90, 00, Valencia, Editorial de la Universidad Politécnica de Valencia, 2006. Editada esta obra por el Vicerrectorado de Cultura de la UPV compila una selección de pintadas realizadas en la ciudad de Valencia desde 1980 hasta el año 2003. Una curiosidad, en la página 31 aparece el detalle de una plantilla política (FELIPE, OTAN TU? TURURÚ!), que se superpone, nos consta, a una pintura mural realizada por los alumnos de la Facultad de Bellas Artes de San Carlos, un Citroën 2 CV de 1984, en la calle Corona. ¿Alguien recuerda a los autores? Gracias por la información a juacahi@pin.upv.es.

[5] CERVERA, A., “Prólogo”, íd., p. 5.

[6] SANTOS LUCAS, J. L., Nacimiento de una Universidad. Algunos recuerdos, Valencia, Servicio de Publicaciones de la Universidad Politécnica de Valencia, 1993. En “El viejo edificio de la calle Museo”, pp. 243 y ss., se recuerda con detalle y cariño aquel contexto.

[7] Por entonces, la asignatura de Tecnología del Color estaba impartida por Antonio Pérez Pineda y José Gabriel Palomar Aparicio; los murales se pintaron entre 1979 y el traslado definitivo al nuevo edificio del campus de Vera durante el curso 1984- 1985, ya transformada en Facultad e integrada en la Universidad Politécnica de Valencia por el Real Decreto 988 de 1978.

[8] Crew: tripulación, banda, enjambre figurado o pandilla de amigos que se reúne, en esta caso para pintar: Cesp, Deih, End, Escif, Gons, Julieta , Punto, Tecolote y Xelón, o los miembros del colectivo Respeto Total, con el Señor Marmota al frente, han pintado graffiti mural durante los últimos años en El Carme y Velluters, su territorio inicial que ya abarca medio mundo.

 [9] JARDÍ, M. S., “La ciudad tomada y el sexo bien, gracias” en GARCÍA POVEDA, J., op. cit., p. 57.

[10]Tenemos conocimiento, gracias a Miguel Molina, de la publicación de un texto y fotografía alusiva, un detalle de los renglones torcidos del poeta, sobre este mito local, «La Calle de los Poetas» o calle Raga, en AA. VV., El Día de la Foto, Valencia, Amigos de El Día de la Foto, 1994, pp. 24 y 25. Foto de Mateo Gamón, poema anónimo. Texto de RODRÍGUEZ, M. (Equipo Lo Otro); la historia quizás resulte familiar: la brigada de obras del Ayuntamiento de Valencia inició en 1994 el repintado sistemático, en blanco, para tapar los poemas del muro, el texto Mar Rodríguez invitaba al vecindario a continuar escribiendo poemas sobre la tapia, como acto de libre expresión.

[11] Las notas sobre arte, cultura y contracultura pública en la ciudad de Valencia fueron leídas durante la presentación del número siete de la revista cultural Mono, dedicado al tema “En las ciudades”, el miércoles 26 de marzo de 2006. Pueden descargarse en:

http://www.e-valencia.org/index.php?name=News&file=article&sid=8548.

También existe al respecto de los repintes y el comunicado, La historia de abajo los grises en:

http://www.barriodelcarmen.net/lalupa/?p=159

[12] FIGUEROA SAAVEDRA, F., Graphitfragen: una mirada reflexiva sobre el Graffiti, Madrid, Anejos de Cuadernos del Minotauro, Ediciones Minotauro Digital, 2006, p. 69: “… el mundo del graffiti desde su comportamiento colectivo se presenta como una communitas normativa y un mundo autocontenido o una región moral donde caben toda una serie de actitudes: el juego, el rito, lo espiritual, lo deportivo, el compromiso, la aventura, el idealismo, etc., hasta su concepción como una forma o filosofía de vida o su implicación en una determinada postura o proyecto ideológico y donde la intencionalidad artística o poética, en un estado protoacadémico, se congracia con la conducta delictiva desde lo lúdico, lo vitalista y lo sociopolítico”.

[13] DE DIEGO, J., Graffiti. La palabra y la imagen, Barcelona, Papeles de Ensayo/9, Los libros de la Frontera, 2000, pp. 92 y ss. “Wildstyle es una complicada composición de letras que se entrelazan continuamente en estructuras muy sofisticadas y de difícil ejecución. Conceptualmente obedece a una intención de manifestación soterrada del grupo y de la identidad individual. Por otro lado conforma una labor deconstructiva inteligente, en la que la descomposición de los rasgos formales del tag aparece como un proceso complejo de desvinculación y disgregación … los trazos complejos y entrelazados del wildstyle poseen una correspondencia casi directa con el discurso formal que constituyen los textos de la música rap... Las palabras giran, se retuercen, van hacia atrás y vuelven haciendo rimas.”.

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Juan Canales

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